domingo, 11 de abril de 2010
Melancolía en Coyoacán
Caminando entre las piedras que recubren las explanadas del centro de Coyoacán. Me encuentro en un instante sumergida en una melancolía y añoranza, de lo que era en mis días de adolescente, su mágico folclor, el enigma que se respiraba y la saturación incontrolable de gente que iba y venía, buscando un espació único, donde se podía expresar libremente y sin prejuicios, donde podíamos andar y perdernos horas, buscando nada y encontrando miles de puestos que nos daban una oportunidad de mirar y distraernos.
Si te dejabas envolver por su magia y locura, te topabas muchas veces con personajes tan memorables como el No le saque (QPD). O vagabundos dispersos en sus mundos irónicos, llenos de locura, por el error que los hizo quedarse perdidos en su mundo de tormento. Encontrabas siempre al rededor de sus jardineras, sentados, esperando, a los tan buscados lectores de tarot o de la palma de la mano, y uno que otro que llevaba un libro de numerologia. Y que por "lo que fuera tu voluntad", te llevaban a un instante lejos de la realidad. O que me dicen, de todos aquellos que cuando menos te lo esperas, tu sentado, muy tranquilo, tal vez hasta platicando, viendo a los danzantes, llegan y te sacan de tu quietud, ofreciéndote mil curiosidades, un acto de magia o incluso hasta recitarte un poema.
Seguí caminando entre ese mundo perdido y olvidado. Poco a poco se me vino a la cabeza, el recuerdo de un aroma típico de coyoacán, que ya no lograba oler en estos días. Las tortillitas de masa, ya no están a las afueras de la iglesia. No importaba que día era, siempre podías confiar en que las señoras estarían ahí, realizando sus tortillitas semi quemadas, envueltas en sus papelitos de china de colores, esperando que algún antojadizo se dejara perder por su sabor. Pero en esta ocasión, ni el antojo fue suficiente para poder encontrar un puesto similar.
Hay espacios fijos que no han desaparecido. Lugares clave, donde puedes esperar horas, hacer una fila al parecer interminable de gente, para poder pedir un café del "Jarocho". Que al probarlo, solo te das cuenta, de que la espera no era por su sabor, si no por su precio. Las "donas gigantes" y grasosas, que enloquecen el paladar y que no esperas a sentarte para poderle dar un mordisco. Los deliciosos "churros" de sabores, que te atrapan en cada esquina, esperando al incauto y desprevenido, que toma su churro sin cuidado y acto seguido, se escurre del interior el líquido jugoso y pegajoso, manchando tu ropa o zapatos, provocando un incontrolable movimiento de tu cadera y de tu brazo, intentando solucionar el error, que obviamente ya es irreparable.
En sus bancas, se escuchan las platicas, se ve el romance, las risas y uno que otro soñador solitario que lee su interminable libro. En el quiosco, se pueden ver a los niños jugando, felices, sintiéndose libres a la mirada de sus padres, que a lo lejos se encuentran, pensando, seguramente, en las nuevas deudas que pagar, pero al mismo tiempo, dejándose llevar por el encanto del lugar.
Entre sus restaurantes y bares, se distingue la gente que disfruta de sus bebidas, que se divierte con la música. Que buscando un lugar para relajarse del día, han encontrado un sitio agradable, donde dispersar y liberar su estress.
Coyoacán siempre fue el lugar indicado para no hacer nada, para divagar y perderse entre su disturbio. Para olvidar la seriedad de la ciudad y encontrarse perdido en un lugar coloquial, artístico y en constante movimiento de lo inesperado. Un sitio inigualable, con un toque de trovador y gitano. Un espacio abierto a todas las tribus urbanas, a toda cultura e ideología. El lugar perfecto para ser uno mismo, sin ser juzgados. Era eso y mucho más.
Hoy, me encontré con un Coyoacán distinto. Muy limpio y seguro, eso sí. Pero había perdido algo, esa magia está desapareciendo. Esa sensación de misticismo, ya no la sentí.Y ya van varias veces que iba y sentía los mismo. Pero hoy, consciente de esa necesidad del pasado, me derrumbó y me hizo tener un sentimiento de melancolía. Una añoranza por volver a vivir esos momentos tan extraños de mi adolescencia. ¿Qué ocurrió con el Coyoacán que yo recuerdo?
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Si te dejabas envolver por su magia y locura, te topabas muchas veces con personajes tan memorables como el No le saque (QPD). O vagabundos dispersos en sus mundos irónicos, llenos de locura, por el error que los hizo quedarse perdidos en su mundo de tormento. Encontrabas siempre al rededor de sus jardineras, sentados, esperando, a los tan buscados lectores de tarot o de la palma de la mano, y uno que otro que llevaba un libro de numerologia. Y que por "lo que fuera tu voluntad", te llevaban a un instante lejos de la realidad. O que me dicen, de todos aquellos que cuando menos te lo esperas, tu sentado, muy tranquilo, tal vez hasta platicando, viendo a los danzantes, llegan y te sacan de tu quietud, ofreciéndote mil curiosidades, un acto de magia o incluso hasta recitarte un poema.
Seguí caminando entre ese mundo perdido y olvidado. Poco a poco se me vino a la cabeza, el recuerdo de un aroma típico de coyoacán, que ya no lograba oler en estos días. Las tortillitas de masa, ya no están a las afueras de la iglesia. No importaba que día era, siempre podías confiar en que las señoras estarían ahí, realizando sus tortillitas semi quemadas, envueltas en sus papelitos de china de colores, esperando que algún antojadizo se dejara perder por su sabor. Pero en esta ocasión, ni el antojo fue suficiente para poder encontrar un puesto similar.
Hay espacios fijos que no han desaparecido. Lugares clave, donde puedes esperar horas, hacer una fila al parecer interminable de gente, para poder pedir un café del "Jarocho". Que al probarlo, solo te das cuenta, de que la espera no era por su sabor, si no por su precio. Las "donas gigantes" y grasosas, que enloquecen el paladar y que no esperas a sentarte para poderle dar un mordisco. Los deliciosos "churros" de sabores, que te atrapan en cada esquina, esperando al incauto y desprevenido, que toma su churro sin cuidado y acto seguido, se escurre del interior el líquido jugoso y pegajoso, manchando tu ropa o zapatos, provocando un incontrolable movimiento de tu cadera y de tu brazo, intentando solucionar el error, que obviamente ya es irreparable.
En sus bancas, se escuchan las platicas, se ve el romance, las risas y uno que otro soñador solitario que lee su interminable libro. En el quiosco, se pueden ver a los niños jugando, felices, sintiéndose libres a la mirada de sus padres, que a lo lejos se encuentran, pensando, seguramente, en las nuevas deudas que pagar, pero al mismo tiempo, dejándose llevar por el encanto del lugar.
Entre sus restaurantes y bares, se distingue la gente que disfruta de sus bebidas, que se divierte con la música. Que buscando un lugar para relajarse del día, han encontrado un sitio agradable, donde dispersar y liberar su estress.
Coyoacán siempre fue el lugar indicado para no hacer nada, para divagar y perderse entre su disturbio. Para olvidar la seriedad de la ciudad y encontrarse perdido en un lugar coloquial, artístico y en constante movimiento de lo inesperado. Un sitio inigualable, con un toque de trovador y gitano. Un espacio abierto a todas las tribus urbanas, a toda cultura e ideología. El lugar perfecto para ser uno mismo, sin ser juzgados. Era eso y mucho más.
Hoy, me encontré con un Coyoacán distinto. Muy limpio y seguro, eso sí. Pero había perdido algo, esa magia está desapareciendo. Esa sensación de misticismo, ya no la sentí.Y ya van varias veces que iba y sentía los mismo. Pero hoy, consciente de esa necesidad del pasado, me derrumbó y me hizo tener un sentimiento de melancolía. Una añoranza por volver a vivir esos momentos tan extraños de mi adolescencia. ¿Qué ocurrió con el Coyoacán que yo recuerdo?
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